Una Introducción
Segunda Parte
A Domingo del Monte y Aponte (1804-1853) se le llamó siempre en Cuba dominicano, por serlo sus padres: su nacimiento en Venezuela se veía, con razón, como cosa accidental (ver, por ejemplo, Cecilia Valdés, la célebre novela de Cirilo Villaverde, 1882). Su padre, el Dr. Leonardo del Monte y Medrano, nacido en Santiago de los Caballeros y graduado en la Universidad de Santo Tomás, fue en La Habana teniente de gobernador de 1811 a 1820, año en que murió. A pesar de la fama de Domingo del Monte, sus escritos no son hoy muy conocidos, porque pocos se han reimpreso. La mejor parte se halla quizá en la Revista Bimestre de la Isla de Cuba (1831-1834), órgano de la Sociedad Económica de Amigos del País, uno de cuyos principales animadores fue él. En este siglo se han publicado dos tomos de Escritos, con prólogo de José Antonio Fernández de Castro, y uno de Epistolario.
Narciso Foxá y Lecanda nació en San Juan de Puerto Rico en 1822 y murió en París en 1883. Publicó Canto épico sobre el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, en La Habana, 1846, y Ensayos poéticos, en Madrid, 1849. Su hija Margarita Foxá de Arellano dejó Memorias, de las que hizo caluroso elogio Enrique Piñeyro.
Francisco Javier Foxá (1816-c.1865), hermano mayor de Narciso, nació en Santo Domingo. Cronológicamente es el primer dramaturgo romántico de América y uno de los primeros de la literatura hispánica. Se sabe que compuso tres obras dramáticas: Don Pedro de Castilla, drama histórico en cuatro jornadas, en prosa y verso, escrito en 1836, estrenado y publicado en La Habana en 1838 (está mediocremente concebido y escrito; revela influencia de Víctor Hugo); El templario, drama caballeresco en cuatro jornadas, estrenado en La Habana en agosto de 1838 y publicado allí en 1839; el juguete cómico en verso, en un acto, Ellos son. Foxá fue coronado en el estreno de Don Pedro de Castilla; Plácido le dedicó un soneto en la ocasión (está en la Revista de La Habana, 1853). Mitjans, Historia de la literatura cubana, dice que aquella noche fue “célebre en Cuba, como la del estreno del Trovador, en Madrid, como fecha de un acontecimiento teatral ruidoso nunca visto“.
De que ya se conocía a Víctor Hugo en Cuba, da testimonio la traducción de Hernani, en verso, publicada en La Habana, 1836, por el venezolano Agustín Zárraga y Heredia, probablemente de familia dominicana. Calcagno, en su Diccionario biográfico cubano, da noticia de otro Zárraga y Heredia, José Antonio, nacido en Coro (donde había Heredias procedentes de Santo Domingo) y residente en Cuba, donde escribió versos. A esta familia debió de pertenecer la escritora Juana Zárraga de Pilón.
Esteban Pichardo y Tapia (1789-c.1880) fue activísimo geógrafo y escribió el primer diccionario de regionalismos en América; Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, que se publicó en La Habana en 1836 y se reimprimió allí, con retoques y adiciones, en 1849, 1862 y 1875; hasta ahora, no sólo una de las mejores obras de su especie, sino una de las pocas buenas.
Pichardo publicó además una Miscelánea poética, La Habana, 1822, reimpresa, con adiciones, en La Habana, 1828, con 303 págs. (se dice que son malos sus versos); Notas cronológicas sobre la Isla de Cuba, La Habana, 1822 ó 1825; Itinerario de los caminos principales de la Isla de Cuba, La Habana, 1828; Autos acordados, de la Audiencia de Camagüey (era abogado), La Habana, 1834, reimpresos en 1840; Geografía de la Isla de Cuba, La Habana, 1854, la mejor durante mucho tiempo, con un “mapa gigantesco” según Manuel de la Cruz (Literatura cubana, 185); El fatalista, novela de costumbres, La Habana, 1865; Caminos de la isla, tres vols., La Habana, 1865; Gran carta geográfica de Cuba, en que trabajó cuarenta años (la terminó en 1874, con una Memoria justificativa). Dejó inédita una obra descriptiva de la naturaleza en Cuba, de la cual se conocen partes, como el artículo Aves.
Antonio del Monte y Tejada escribió en prosa magistral una Historia de Santo Domingo: esfuerzo grande para su tiempo, pobre en fuentes. Cuando deje de leerse como historia, podrá leerse como literatura. Si por la edad pertenece a la generación de José Francisco Heredia, por la actividad literaria pertenece al grupo posterior. Hijo de familia muy rica, primo de Domingo del Monte, nació en Santiago de los Caballeros en 1783; estudió en la Universidad de Santo Tomás, donde recibió el grado de bachiller en leyes en 1800. En 1805 se trasladó al Camagüey para ejercer de abogado; en 1811, a La Habana, donde su tío Leonardo era ya teniente de gobernador; ejerció con éxito (salvo interrupciones) y fue (1828) decano del cuerpo de abogados. Pensaba visitar su país natal cuando murió, en La Habana, el 19 de noviembre de 1861.
Su Historia de Santo Domingo comenzó a publicarse en La Habana en 1853: sólo apareció el primer tomo. Se imprimió completa en cuatro volúmenes en Santo Domingo, a costa de la Sociedad (dominicana) de Amigos del País, 1890-1892. Hizo también un Mapa de Santo Domingo.
Francisco Muñoz del Monte, buen poeta, situado entre las postrimerías del clasicismo académico y los comienzos del romanticismo, ensayista de seria cultura filosófica y literaria. Nació en Santiago de los Caballeros en 1800. Se dice que era primo del Domingo del Monte y Aponte y de Antonio del Monte y Tejada.
“Fue mejor jurista que poeta, y dejó fama de notable abogado“, dice Menéndez Pelayo. Residente en Cuba, y electo diputado a Cortes en 1836, no pudo ejercer el cargo, porque España decidió a última hora no recibir diputados ultramarinos. En 1848, sospechándosele adicto a la independencia de Cuba, se le obligó a vivir en Madrid. Allí murió en 1864 ó 1865 (no en 1868), durante la epidemia de cólera.
En Santiago de Cuba redactaba de 1820 a 1823 La Minerva, buena publicación jurídica, política y literaria. En Madrid colaboró en La Época (1837), en La América y en la Revista Española de Ambos Mundos (1858).
Sus Poesías aparecieron en edición póstuma en Madrid, 1880: sólo contiene diez y nueve, escritas entre 1837 y 1847; van además en el volumen dos discursos pronunciados en el Liceo de La Habana, uno sobre La literatura contemporánea (octubre de 1847) y otro sobre La elocuencia del foro (diciembre de 1847). Su poemita La mulata, que se publicó en folleto anónimo, en La Habana, 1845, está reproducido en el tomo II de la colección Evolución de la cultura cubana, La Habana, 1928. Su ditirambo Dios es lo bello absoluto (1845) se había publicado en el tomo único de La Biblioteca, del Liceo de La Habana, en 1858.
Todavía hay que recordar al naturalista y escritor Manuel de Monteverde y Bello, cuya honda inteligencia y extensa cultura recordó siempre con asombrada admiración el último gran maestro de Cuba, Enrique José Varona. Nació el 31 de marzo de 1795; murió en Cuba en 1871 (había llegado en 1822 al Camagüey). Calcagno dice que fue “abogado, literato, poeta, naturalista , fuerte en ciencias agrícolas” y que tuvo un hijo “notable en los mismos ramos”.
A esta época pertenecen los escritores de origen dominicano Manuel Garay Heredia, José Miguel Angulo Heredia, poetas medianos, José Miguel Angulo Guridi, jurisconsulto y escritor.
Garay, nacido en Santo Domingo, murió joven en viaje hacia España; hay versos suyos, según Calcagno, en La Aurora, de Matanzas, 1830, en el Aguinaldo Matancero y en el Aguinaldo Habanero, 1837.
Angulo Heredia, poeta y abogado, publicó versos en el órgano del Liceo de Matanzas (ciudad medio dominicana entonces en su vida de cultura, como Santiago de Cuba y Camagüey) y en el Aguinaldo Matancero; el P. Utrera, Universidades, 548 y 558, indica que nació en La Habana, 1807, y no en Santo Domingo, como dice Calcagno; pero sí cursó en la Universidad de Santo Tomás; murió en Matanzas, 1879. Primo carnal del cantor del Niágara. Su hermano Antonio, nacido en Santo Domingo en 1800, estudiante de leyes allí en 1818, era homónimo del Antonio Angulo y Heredia, cubano, 1837-1875. Este Angulo Heredia era hijo de José Miguel Angulo Guridi, el cual había nacido en Matanzas, según Calcagno: no indica qué parentesco tenía con Javier y Alejandro Angulo Guridi, nacidos en Santo Domingo y largo tiempo residentes en Cuba.
Los hermanos Angulo Guridi regresaron a Santo Domingo, establecida ya la república. El mayor, Javier (1816-1884), arraigó allí de nuevo y escribió teatro, novela y poesía, con temas ya indígenas, ya coloniales. Al llegar, en 1853, escribió en el barco una extensa composición A la vista de Santo Domingo, de la cual se hicieron célebres en el país cuatro versos halagadores y consoladores para la antigua “Atenas del Nuevo Mundo”:
“Quien te dijera, Grecia, que algún día
modesta virgen de la indiana zona
su delicada frente adornaría
con el mismo laurel de tu corona!”
Alejandro (1818-1906), el otro hermano, nunca se fijó suelo: erró por todos los países de América; murió en Nicaragua. En Chile publicó su libro más valioso, de estudios constitucionales.
En Santo Domingo nació, en 1822, Manuel Fernández de Castro y Pichardo, matemático y pedagogo, catedrático de la Universidad de La Habana.
Descendientes de dominicanos que florecen en Cuba: Manuel del Monte y Cuevas (1810-1857), hijo de Antonio del Monte y Tejada, nacido en Santiago de Cuba, que escribió sobre cuestiones jurídicas; Jesús del Monte y Mena (1824-1877), nacido en Santiago de Cuba, matemático, poeta y comediógrafo, auxiliar de José de la Luz y Caballero en su colegio “El Salvador”; Domingo del Monte y Portillo, que nació en Matanzas (o en Santo Domingo, según el bibliógrafo cubano Domingo Figarola Caneda) y murió allí en 1883, novelista, comediógrafo, poeta y economista; su hermano Casimiro del Monte, nacido en 1838, poeta, dramaturgo y novelista: los dos estuvieron en Santo Domingo durante la Guerra de los Diez Años de Cuba (1868-1878), y se les recuerda, más que por los versos que Domingo escribió allí (muy celebrados, según el Diccionario enciclopédico hispano-americano), por El Laborante, periódico dedicado a la independencia cubana, que dirigió Domingo en 1870, y por la participación que tuvo Casimiro en las actividades de la ilustre Sociedad dominicana de Amigos del País; Ricardo del Monte (1830-1909), poeta de forma pulcra, crítico literario y periodista político, una de las figuras salientes de su época en Cuba; Natividad Garay, poetisa nacida en Santiago de Cuba, según Calcagno, o en Santo Domingo, según Alejandro Angulo Guridi (Discurso en la inauguración del Colegio de San Buenaventura, Santo Domingo, 1852), y residente en Matanzas, donde colaboraba en el Liceo (en 1850 escribió Canto a los dominicanos después de la batalla de Las Carreras); Wenceslao de Villaurrutia (1790-1862), hijo de Jacobo, nacido en Alcalá de Henares, que residió en Cuba desde 1816, favoreció allí planes de progreso tales como la introducción del ferrocarril y escribió, entre otras cosas, el discurso Lo que es La Habana y lo que puede ser; Jacobo de Villaurrutia, hijo de Wenceslao, nacido en La Habana, traductor de la Agricultura de Evans; Juan de Dios Tejada (c.1865- c.1910), cubano, ingeniero inventor, escritor en español y en inglés: residió breves años (1889-1893) en Santo Domingo y casó con dama dominicana, Altagracia Frier y Troncoso; Temístocles Ravelo, nacido en Santo Domingo, autor de un Diccionario biográfico dominicano del cual se han publicado muestras en periódicos; el banilejo Nicolás Heredia (c.1849-1901), crítico y novelista, uno de los mejores que tuvo Cuba en el siglo XIX; el gran escritor Manuel Márquez Sterling (m. 1934).
La descendencia literaria de estas familias se va extinguiendo en Cuba. Únicas excepciones que recuerdo: el poeta villaclareño Manuel Serafín Pichardo, director durante muchos años, de la conocida revista habanera El Fígaro; el poeta camagüeyano Felipe Pichardo Moya.
En Francia, la descendencia literaria de los Heredia se perpetúa en la hija del poeta de Les trophées, Mme. Henri de Régnier (Gérard d’Houville).
Fuera de Cuba, los dominicanos tienen función menos importante. En Venezuela figura José María Rojas, economista y periodista que hizo buen papel en los años que siguieron a la independencia y fundó una casa editorial que luego mantuvieron sus hijos: dos de ellos, José María y Arístides, fueron escritores. Rafael María Baralt (1810-1860), el eminente autor de la Oda A Cristóbal Colón, de la Historia de Venezuela, del Diccionario de galicismos y del Discurso académico en memoria de Donoso Cortés (su obra maestra, cuya profundidad filosófica la hace muy superior a todas las demás, según Menéndez Pelayo), era dominicano a medias; lo era por su ascendencia, a lo menos del lado materno, por su educación, en parte recibida en Santo Domingo, y hasta por el cargo de Ministro de la República Dominicana en Madrid, que desempeñó muchos años; al morir, legó su biblioteca a la ciudad primada.
José María Rojas (1793-1855) era de Santiago de los Caballeros. Fue en Caracas redactor de El Liberal (1841-1848) y de El Economista; publicó en 1828 un Proyecto sobre circulación fiduciaria. Dos veces diputado. Promovió en 1842 la erección del monumento a Bolívar. Su esposa, Dolores Espaillat, santiaguera también, era de la familia que produjo al austero patriota y escritor dominicano Ulises Francisco Espaillat. Emigraron a Caracas en 1822 y allí nacieron sus hijos: José María, Marqués de Rojas (1828-c.1908), conocido como político economista, historiador y antologista de la voluminosa y útil Biblioteca de escritores venezolanos (París, 1875); Arístides (1826-1894), mucho mejor escritor, uno de los más fecundos en la literatura venezolana, buen ensayista, costumbrista e investigador de historia, arqueología y lingüística de la América del Sur.
Las relaciones de cultura de Santo Domingo con Venezuela, como con Cuba, son constantes. No sólo los dominicanos han ido con frecuencia a Venezuela: allí se refugiaron Núñez de Cáceres y Duarte; hay parientes del uno y del otro en la vida política y cultural de aquel país. Los hombres de letras venezolanos, como los cubanos, durante el siglo XIX visitaron la isla de Santo Domingo con frecuencia o residieron en ella (el destierro fue a veces la causa): recuerdo, además de Baralt, que pasó allí sus primeros once años, a Juan José Illas, Jacinto Regino Pachano, León, Lameda, Manuel María Bermúdez Ávila, Santiago Ponce de León, Eduardo Scalan, Carlos T. Irwin, Juan Antonio Pérez Bonalde, Juan Pablo Rojas, Paúl, Andrés Mata Rufino Blanco Fombona.
José Núñez de Cáceres, el autor de la primera y efímera independencia de Santo Domingo, jurista y escritor, vivió algún tiempo en Cuba, donde se dice que ejerció influencia intelectual. Tras la invasión haitiana que aniquiló su obra, buscó refugio en Venezuela (1823), pero su acritud en la polémica política le valió la expulsión; se trasladó a México, y allí, morigerado tal vez por la experiencia, pudo merecer el título de benemérito del estado de Tamaulipas que le otorgó la legislatura local. Uno de sus hijos, Pedro, nacido en Cuba (1802), fue senador en México; uno de sus nietos, José María, poeta académico en Venezuela.
Las relaciones entre Santo Domingo y Puerto Rico son igualmente constantes. De familia dominicana, en parte, son el gran pensador Eugenio María de Hostos (1839-1903), que dio a Santo Domingo mucho de sus mejores esfuerzos, y la poetisa Lola Rodríguez de Tió.
A la época de la emigración pertenece el pintor francés Théodore Chassériau (1819-1856), cuya rehabilitación definitiva, que lo consagra como una de las grandes figuras en el arte del siglo XIX, se cumplió con la ruidosa exposición de sus obras celebrada en París el año de 1932. Chassériau nació en Samaná bajo el último período de gobierno español en Santo Domingo, “la España boba”; el padre era francés, la madre criolla, como se revela en los autorretratos del pintor y el precioso retrato de sus hermanas.
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