Origen del Café: hechos y leyendas
Alimento de animales, guerreros y esclavos. Un pastor etíope asombrado. Un puerto con nombre de café. Todo se mezcla en la historia de esta bebida.
La leyenda atribuye el descubrimiento del café a un pastor de cabras llamado Kaldi, que vivía en lo que hoy conocemos como Etiopía, en el cuerno de Africa. Kaldi habría visto azorado como un día sus cabras estaban más activas que de costumbre, luego de comer unos pequeños frutos rojos de unos arbustos. Llevado por la curiosidad, el pastor decidió probar él mismo ese extraño grano y comprobó que sus energías se renovaban.
El “milagroso” efecto de esta planta llegó pronto a los oídos de los monjes del lugar, quienes secaron los granos para poder transportarlos con facilidad de un monasterio a otro. Luego los pusieron en agua, comieron la fruta y bebieron el líquido, lo que les permitió permanecer más despiertos para rezar sus oraciones.
Guerreros y esclavos
Lejos de la leyenda, la historia cuenta que las tribus africanas conocían el café desde tiempos remotos, molían los granos y producían una pasta para alimentar a los animales. Esta pasta también era ingerida para darle valor a los guerreros antes de los combates.
Tomados como esclavos, estos hombres fueron llevados hacia la península arábiga, y el extraño alimento que ingerían fue conocido por los árabes. Fue en lo que hoy conocemos como Yemen donde los granos de café fueron cultivados por primera vez durante el siglo XV.
Estudios botánicos recientes revelan que existían plantaciones de café en Yemen desde mucho antes, aproximadamente desde el siglo VI. Como dato anecdótico queda el hecho de que “la puerta” del tráfico de esclavos hacia la península arábiga era el puerto de Mocha, una palabra que quedó para siempre unida al café.
De los árabes a la Piazza San Marco
Luego de hacerse famoso en el mundo árabe, el café llegó a Europa de la mano de los venecianos para la misma época que el chocolate y el té.
El café comenzó en Yemen su carrera al estrellato.
Contó además con una ayuda adicional: las autoridades alentaron su consumo porque consideraban sus efectos menos peligrosos que los del qat, un arbusto cuyas hojas eran masticadas por los yemeníes como estimulante. Las primeras casas de café se remontan a la ciudad árabe de La Meca, llamadas Kaveh Kanes, y la bebida se hizo popular mientras se jugaba al ajedrez, se intercambiaban rumores y se disfrutaba de la música.
Su fama llevó al café a Europa de la mano de los comerciantes venecianos en 1615, justo para completar la trilogía de bebidas calientes en el Viejo Continente: el chocolate había llegado desde América en 1528 y el té pisó suelo europeo en 1610.
A diferencia del lujo de las casas árabes, los primeros cafés de Europa eran comercializados en las calles por vendedores de limonada. En 1683 surge la primera casa de café en la ciudad de los canales, seguida luego en 1720 por el Caffe Florian, en la Piazza San Marco, que aún está abierto.
Una bebida cristiana
Mientras los sofisticados venecianos se sentaban cómodamente a beber de sus pocillos, los comerciantes de Holanda descubrían el negocio. Los holandeses comenzaron a cultivar café en la India (los primeros granos habían llegado a Asia desde Yemen gracias a los viajes de los peregrinos musulmanes).
En 1699 comenzó el cultivo en lo que hoy conocemos como Indonesia, y muy pronto las colonias holandesas se convirtieron en las principales proveedoras de café al Viejo Continente.
Algunos líderes católicos trataron de prohibirlo por considerarlo “poción de infieles”, pero el mismo papa Clemente VII le dio su bendición, calificándolo como una bebida cristiana.
Las casas de café se propagaron por toda Europa y en el siglo XVIII se convirtieron en centros de intelectualidad e intercambio de ideas.
Café americano con acento francés
Gabriel Mathieu de Clieu, oficial de la armada francesa, soportó todo tipo de inconvenientes pero logró su objetivo, llevar la planta de café al Nuevo Continente.
Las primeras referencias sobre el consumo de café en el Nuevo Continente se remontan al año 1668 y muy pronto las casas de café se propagaron por Nueva York, Filadelfia y Boston.
Pero el héroe de esta historia no es un ciudadano estadounidense, sino un oficial de la armada francesa, Gabriel Mathieu de Clieu, que servía en la isla de Martinica.
De licencia en París, Gabriel adquirió una planta de café y la guardó en una pequeña caja de vidrio para transportarla a América. Según el diario del oficial francés, el viaje no fue sencillo: piratas de Túnez intentaron atacar el barco, una violenta tormenta entorpeció la navegación y durante una pelea con otro pasajero la planta perdió una de sus ramas.
Para colmo de males, hubo racionamiento de agua potable a bordo, pero el bueno de Gabriel compartió su ración con su pequeño “cargamento”.
Llegaré y seré millones
El preciado tesoro llegó a destino y fue re-plantado en Preebear, donde fue cultivado por esclavos. En 1726 la primera cosecha de café estaba lista. En 1777, entre 18 y 19 millones de árboles de café habían crecido en Martinica.
Los holandeses serían los primeros en pensar en los dividendos y llevarían el café a Centroamérica y Sudamérica. Después de Martinica, el nuevo cultivo llegó a la colonia holandesa de Surinam, luego a la Guyana francesa y a Brasil. Los ingleses lo introdujeron en Jamaica, donde actualmente crece uno los tipos más caros y famosos.
Cuando a mediados del siglo XIX una extraña enfermedad afectó a los cultivos en los campos del sudeste asiático, Brasil emergió como el principal productor del mundo, una posición que ostenta hasta hoy.
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