Skip to content

Poemas amatorios

José María Heredia
(1803-1839)
  1. A Elpino
  2. Adiós
  3. A mi amante
  4. Dedicatoria (A mi esposa)

Lista de poemas


Regresar a biografía de José María Heredia y Heredia

Regresar a La Diáspora


A Elpino

¡Feliz, Elpino, el que jamás conoce
otro cielo ni sol que el de su patria!
¡Ay, si ventura tal contar pudiera…!

Tú, empero, partes, y a la dulce patria
tornas… ¡Dado me fuera
tus pisadas seguir! ¡Oh! ¡cuán gozoso
tu triste amigo oyera
el ronco son con que la herida playa
al terrible azotar del Océano
responde largamente! Sí; la vista
de sus ondas fierísimas, hirviendo
bajo huracán feroz, en mi alma vierte
sublime inspiración y fuerza y vida.
Yo contigo, sus iras no temiendo,
al vórtice rugiente me lanzara.

¡Oh! ¡cómo palpitante saludara
las dulces costas de la patria mía,
al ver pintada su distante sombra
en el tranquilo mar del mediodía!
¡Al fin llegado al anchuroso puerto,
volando a mi querida,
al agitado pecho la estrechara,
y a su boca feliz mi boca unida,
las pasadas angustias olvidara!

Mas, ¿a dónde me arrastra mi delirio?
Partes, Elpino, partes, y tu ausencia
de mi alma triste acrecerá el martirio.
¿Con quién ¡ay Dios! ahora
hablaré de mi patria y mis amores,
y aliviaré, gimiendo, mis dolores?
El bárbaro destino
del Texcoco en las márgenes ingratas
me encadena tal vez hasta la muerte.
hermoso cielo de mi hermosa patria,
¿No tornaré yo a verte?

Adiós, amigo: venturoso presto
a mi amante verás… Elpino, díla
que el mísero Fileno
la amará hasta morir… Díla cual gimo

Lejos de su beldad, y cuantas veces
regó mi llanto sus memorias caras.
Cuéntala de mi frente, ya marchita,
la palidez mortal…

¡Adiós, Elpino,
adiós, y sé feliz! Vuelve a la patria,
y cuando tu familia y tus amigos
caricias te prodiguen, no perturbe
tu cumplida ventura
de Fileno doliente la memoria.
mas luego no me olvides, y piadoso
cuando recuerdes la tristeza mía,
un suspiro de amor de allá me envía.


Volver al índice de poemas amatorios


Adiós

Belleza de dolor, en quien pensaba
fijar mi corazón, y hallar ventura,
adiós te digo, ¡adiós! Cuando miraba
respirar en tu frente calma y pura
el ingenio candor, y en tu sonrisa
y en tus ojos afables
brillar la inteligencia y la ternura,
necio me aluciné. Mi fantasía,
a la imagen de amor siempre inflamable,
en tu bello semblante me ofrecía
facciones que idolatro; y embebido
en esperanza dulce y engañosa,
pensaba en ti cobrar mi bien perdido.

Mas ¡ay! veloz despareció cual niebla
mi halagüeña ilusión. En vano ansiaba
en tu pecho encontrar la fuente pura
del delicado amor, del sentimiento.
tan sólo caprichosa en él domina
triste frivolidad, que me arrastrara
de tormento en tormento,
a un abismo de mal, llanto y ruina.
¡Qué suplicio mayor que amar de veras,
y mirar profanado, envilecido,
el objeto que se ama, y que pudiera
ser amor de la tierra, si estuviera
de pudor y modestia revestido!

¡Pérfida semejanza…! Si tu pecho,
como tu faz imita la que adoro,
de prendas y virtud igual tesoro
en tu seno guardara,
¡Cuál fuera yo feliz! ¡Cómo te amara
con efusión inmensa de ternura,
y a labrar tu ventura
mi juventud ardiente consagrara…!

Caminas presurosa
por la senda funesta del capricho,
a irreparable mal y abismo fiero
de ignominia y dolor… ¡Mísero! en vano
en mi piedad ansiosa
he querido tenderte amiga mano.
la esquivaste orgullosa… ¡Adiós! yo espero
que al fin vendrás a conocer con llanto
si era fino mi afecto, si fue pura
y noble mi piedad. Ya te desamo,
que es imposible amar a quien no estima,
y sólo en compasión por ti me inflamo.

¡No te maldigo, no! ¡Pueda lucirte
sereno el porvenir, y de mi labio
el vaticinio fúnebre desmienta!
a mi pecho agitado
será continuo torcedor la vista
de tu infausta beldad, y desolado
tu suerte lloraré. Si acaso un día
sufres del infortunio los rigores,
y a conocerme aprendes, en mi pecho
encontrarás, no amor, pero indulgencia,
y el afecto piadoso de un amigo.
¡Belleza de dolor! Adiós te digo.


Volver al índice de poemas amatorios


A mi amante

Es media noche: vaporosa calma
y silencio profundo
el sueño vierte al fatigado mundo,
y yo velo por ti, mi dulce amante.
¡ En qué delicia el alma
enajena tu plácida memoria!
Único bien y gloria

Del corazón más fino y más constante,
¡Cuál te idolatro! De mi ansioso pecho
la agitación lanzaste y el martirio,
y en mi tierno delirio
lleno de ti contemplo el universo.
con tu amor inefable se embellece
de la vida el desierto,
que desolado y yerto
a mi tímida vista parecía,
y cubierto de espinas y dolores.
ante mis pasos, adorada mía,
riégalo tú con inocentes flores.

¡Y tú me amas! ¡Oh Dios! ¡Cuánta dulzura
siento al pensarlo! De esperanza lleno,
miro lucir el sol puro y sereno,
y se anega mi ser en su ventura.
Con orgullo y placer alzo la frente
antes nublada y triste, donde ahora
serenidad respira y alegría.
adorada señora
de mi destino y de la vida mía,
cuando yo tu hermosura
en un silencio religioso admiro,
el aire que tú alientas y respiro
es delicia y ventura.

Si pueden envidiar los inmortales
de los hombres la suerte,
me envidiarán al verte
fijar en mí tus ojos celestiales
animados de amor, y con los míos
confundir su ternura.
o al escuchar cuando tu boca pura
y tímida confiesa
el inocente amor que yo te inspiro:
Por mí exhalaste tu primer suspiro,
y a mí me diste tu primer promesa.

¡Oh! ¡luzca el bello día
que de mi amor corone la esperanza,
y ponga el colmo a la ventura mía!
¡Cómo, de gozo lleno,
inseparable gozaré tu lado,
respiraré tu aliento regalado,
y posaré mi faz sobre tu seno!
ahora duermes tal vez, y el sueño agita
sus tibias alas en tu calma frente,
mientras que blandamente
sólo por mí tu corazón palpita.
duerme, objeto divino
del afecto más fino,
del amor más constante;
descansa, dulce dueño,
y entre las ilusiones de tu sueño
levántese la imagen de tu amante.


Volver al índice de poemas amatorios


A mi esposa

Dedicatoria

Cuando en mis venas férvidas ardía
la fiera juventud, en mis canciones
el tormentoso afán de mis pasiones
con dolorosas lágrimas vertía.

Hoy a ti las dedico, esposa mía,
cuando el amor, más libre de ilusiones,
inflama nuestros puros corazones,
y sereno y de paz me luce el día.

Así, perdido en turbulentos mares,
mísero navegante al ciclo implora
cuando le aqueja la tormenta grave;

Y del naufragio libre, en los altares
consagra fiel a la deidad que adora
las húmedas reliquias de su nave.


Volver al índice de poemas amatorios


Regresar a biografía de José María Heredia y Heredia